
EL NUEVO PARAÍSO
Luis Enrique Vázquez Vélez
En los albores del siglo veintidós, y en medio de grandes expectativas, el Sumo Pontífice de la Iglesia romana se aprestaba a dar una noticia que sacudiría los cimientos de la milenaria institución. Para el importante anuncio, se preparó el principal salón de la nueva Santa Sede en Las Vegas-Nevada. Ante un gran número de periodistas, cibernautas y magos de la tecnología, el Papa –natural de Etiopía y gay recién salido del clóset– tomó la palabra. «Basta ya de tantas mentiras, y de tantas cosas que se han tergiversado a través de los siglos. Declaro que no fue Dios quien expulsó a Adán y Eva del Paraíso; fueron Adán y Eva quienes se expulsaron a ellos mismos del Jardín del Edén. Nadie, excepto ellos dos, intervino en esa decisión».
Se hizo un silencio sepulcral por espacio de varios segundos… En un descuido de la guardia papal, saltó al estrado una serpiente venenosa que apodaban Mefistófeles –conocido por muchos como uno de los principales coristas transexuales en la Capital del Entretenimiento–, y lo hirió de muerte.

que parece ser un boom editorial y literario es, también, un huracán que arrasa. El huracán lleva el nombre Camila, parafraseando a Jaime Bayly. Por su personalidad, por el magnetismo, por la presencia abrumadora que tiene arriba del escenario.
La escritora, actriz y poeta cordobesa se consagró como una de las plumas contemporáneas del momento con Las malas, novela que la llevó a ganar los premios Sor Juana de la Feria de Guadalajara y el Finestres de Narrativa.
Soy una tonta por quererte” es un libro de cuentos en los que retoma la furia travesti y bucea en la vida en los márgenes de la pobreza. Es precisamente uno de los títulos más requeridos en el stand de Planeta, que publica sus textos.

Trípili de Madrigueras
El brindis sirvió de pie forzado para una nueva sesión.
La última gota de almíbar, en una mezcla de saliva con aroma Marlboro aún escurría de la cresta de una de las hebras venusinas. Ella permitió entonces que con la punta de las lenguas fuera retirada. La humedad en derredor prometía de todo. Afuera llovía confetis en una terna de cristales premonitoria. Adentro, la guarida de amores y romance brindaba el necesario calor por parte de las deidades y los entes trinitarios.
Cueva de ladrones era el lecho; al menos el de ellos, cómplices y abrazados, observando y deleitándose en las irregularidades bellamente diseñadas de los cuerpos: un montículo por allá, un relieve más acá, músculos tensos batallando por distenderse por allí, yo no tengo de eso otro que a ti te sobra, tienes dos de todo aquello que a mí me encanta, que sabor este conjunto de pieles que me provoca… Plenilunio entre las sombras de la habitación y un istmo de voracidades complacidas, ya cumplidas, listas para ser repetidas si fuera necesario y ojalá. Majestuosidad de los cuerpos en el eclipse trimurti.
©Yolanda arroyo pizarro ______________________________________________________


Sus ojos, mi cuerpo
Mis pisadas se fragmentan según avanzo hacia la otra puerta. Miro arriba: mi cama es parte de la casa tomada por fantasmas de tantos muertos que rodearon mi vida. Aquí, en el abismo, vivo en la piel y sexo de mi insomnio. Me alimento de sus fluidos y él de mi cuerpo, ambos bebemos nuestra sangre y nuestro amor. La luz de un arcoíris se refleja en el espejo, pero todo está oscuro. De vez en cuando los colores se escapan del espejo y caen como escarcha sobre mí. Son esas migajas que escupen las sombras que me empujan, otras acarician caprichosamente cada palmo de mi cuerpo, otras entran por mi sexo y salen por mis manos. Sigo mi camino. El eco de mi insomnio cada vez más cercano, me indica por cual pasillo debo dirigirme. Es largo el abismo cuando no hay certezas. Abro la puerta y mi insomnio está devorando a otra mujer. Le come el sexo, los pechos, las manos. Llego y le toco la espalda, me mira con la boca ensangrentada y me extiende la mano. Trato de observar de reojo. ¿Seré yo misma esa mujer mutilada? Lo abrazo, mientras siento cómo termino de fragmentarme dentro de él. Soy sus ojos y él mi cuerpo. © Ana María Fuster Lavín ___________________________________________________
