Trípili de Madrigueras

El brindis sirvió de pie forzado para una nueva sesión.

La última gota de almíbar, en una mezcla de saliva con aroma Marlboro aún escurría de la cresta de una de las hebras venusinas. Ella permitió entonces que con la punta de las lenguas fuera retirada. La humedad en derredor prometía de todo. Afuera llovía confetis en una terna de cristales premonitoria. Adentro, la guarida de amores y romance brindaba el necesario calor por parte de las deidades y los entes trinitarios.

Cueva de ladrones era el lecho; al menos el de ellos, cómplices y abrazados, observando y deleitándose en las irregularidades bellamente diseñadas de los cuerpos: un montículo por allá, un relieve más acá, músculos tensos batallando por distenderse por allí, yo no tengo de eso otro que a ti te sobra, tienes dos de todo aquello que a mí me encanta, que sabor este conjunto de pieles que me provoca… Plenilunio entre las sombras de la habitación y un istmo de voracidades complacidas, ya cumplidas, listas para ser repetidas si fuera necesario y ojalá. Majestuosidad de los cuerpos en el eclipse trimurti.

Aquella madriguera, como península enarbolada, siempre les había convidado buena sismología. Las paredes confabulaban para no dejar salir los gritos, que muy recientemente ya eran demasiados. El techo se volvía isósceles y tornasol con el vapor de agua que creaban sudando en mitad de la tríada de colores y sabores. El olor que despedía el mobiliario con la alquimia de pieles era todo un conjunto a catar; nigromancia de colonia de vainillas, entre extracto de una pipa de ambrosía, junto a un Dolce & Gabbana masculino, portentoso, fornido. Una covacha, un nido de solicitudes y de juegos prohibidos cubierto de un triunvirato de fantasías y ternuras.

Hacer el amor esa tarde había sido una cantata en tres tiempos, toda una delirante celebración por el vientre abultadamente premiado del tercer mes. Una apasionada festividad por una vida in crescendo, por una fábula entre promesas de un núcleo familiar ni tradicional, ni conservador. Ella culminó su orgasmo reluciente; ellos terminaron tenaces, plenos de gozo. Luego se levantaron y brindaron una vez más en medio de la delectación de su menage a trois.

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