Anima Alada

ANIMA ALADA

Aquel silencio que me seguía  a todas partes, pisando
sobre mullidos colchoncillos, me convenció de que los gatos eran
ánimas aladas. Anima Alada era toda blanca, lo que implica ya una
contradicción, pues los gatos tiene siempre algo de sombra y las
sombras son inevitablemente negras.Pero Anima se escurria por
entre los muebles como una mancha de nieve que se resistía a
derretirse. Era sata, pero hidalga por naturaleza. Jamás se rebajó a
meter el rabo entre las patas, jadear con la lengua afuera,
desgaritarse tras una presa y otras barbaridades por el estilo que
suelen hacer los perros. Si el cálido ronroneo de su lomo solía ser,
en un momento, la más maravillosa prueba de amor, también el
inesperado zarpazo dejó muchas veces la huella de su paso.

Cuando Anima estaba a mi lado, su calma se me
contagiaba. Nunca tenía prisa, aunque tuviese hambre. Jamás se
atragantó la comida, sinó que la mordía delicadamente, hincando
sus colmillitos en el paté de pollo o de ternera Gourmet Foods. Los
gatos nacen con la sabiduría de la paciencia. Algo de chino sin duda
hay en todo gato — quízá por eso nacen con los ojos rasgados.

Anima era, como todos los gatos, un ser sumamente
Económico. Comía solo lo necesario, aunque le dejaran el plato
rebosante de comida.Pero era su instinto de economía en el espacio
que ocupaba lo que más me llamaba la atención sobre ella. Yo podía
estar sentada durante horas mirándola. Su lengua, de punta rugosa
y áspera, le servia de diminuto estropajo, y con ella se bañaba desde
la punta de 1a cola hasta las orejas. Empezaba con los hombros, el
lomo, las cuatro patas, y finalmente — lo que más trabajo le daba –
el cuello, para lo cual tenía que girar la cabeza y a la vez mantenerla
muy cerca del cuerpo con habilidad de contorsionista. Su cola,
también blanca pero con punta de pincel negro, subrayaba la
importancia que le daba a no ocupar ni un pelo más allá del espacio
que le correspondía. Cuando se sentaba sobre las patas de atrás,
colocaba las de alante muy juntitas y cerca del cuerpo, y con la cola
se daba a sí misma la vuelta, abrazándo todo su perímetro.

Los ojos de Anima eran dorados, pero con el iris rojo En
la ocuridad el rojo se destacaba más, y a veces me parecía ver como
la sangre le circulaba por el cuerpo. Algo de ferocidad,de diminuto
tigre de las nieves le quedaba en la mirada al traerme de vez en
cuando alguna presa: un arriero, una cucaracha o una lagartija —
que depositaba orgullosamente debajo, de mi silla en el estudio,
mientras trabajaba frente a la computadora. Era su manera de
decirme, diplomáticamente que ella no era una sanguijuela, que muy
bien podía ganarse el pan y vivir por cuenta propia si quisiera. Su
misión, sin embargo, era hacerle compañía a esas pobres. mujeres
que, por malgeniadas, torpes y demasiado celosas de su libertad, no
lograban retener a un compañero a su lado por mucho tiempo.

Compartir el espacio respirado nos hace sentir menos
solos, aunque el que remueva el aire junto a nosotros no sea más
que una pequeña bestia, y por eso yo siempre dormía con Anima.
Terminadas las tareas del día, se subía conmigo a la cama y se tendía
a mis pies sobre las sábanas. Yo leía  por un rato antes de apagar la
luz, y Anima, me miraba antenta desde, su puesto hasta que yo
alargaba la mano hacia el interruptor de la lámpara. En cierta
En cierta ocasión en que estaba triste por una de mis muchas desiluciónes
amorosas, dejé de leer porque las lágrimas nublaron mis ojos y me
empezaron a bajar por las mejillas. Entonces Anima se levantó de
donde estaba echada, se me acercó como una caricia de nieve y
empezó a lamerme las lágrimas. ¿Quién se atreverá a negar que era
una Anima Alada?